Pocas ciudades, al decir su nombre, pueden dar tanta sensación de lejanía y estar en el fin del mundo como puede ser Vladivostok. Razones para ello las tiene, tales como ser la última parada (o primera, según se vea) del mítico tren transiberiano o encontrarse a unas nueve horas en avión de Moscú.
Pero, sin embargo, y como ahora mi mujer y yo vivimos en Pekín (China), únicamente se encuentra a unas dos horas y media de vuelo y, sin duda, ha sido uno de los hallazgos más interesantes que hemos descubierto y lo que en principio, pensábamos que sería un viaje más por así decirlo, se convirtió en una ciudad que tendremos en cuenta por su cercanía.
Pese a estar en los confines de Asia, es una ciudad totalmente europea, con una arquitectura sublime y que nos hará pensar que estamos en una ciudad del Viejo Continente. Cuando se lleva ya muchos años viviendo en Asia, uno echa de menos sus raíces europeas a veces y es algo que se necesita.